Las brujas de Salem

La puesta en Teatro 8, en una adaptación de Carolina Laursen y bajo la dirección de la propia Carolina en colaboración con Victoria Murtagh y David Chocarro, mueve a catorce actores dentro de una escenografía funcional y evocadora, además de hermosa, que refleja con acierto y eficacia la época de la acción.




Un acontecimiento, ocurrido en 1692 en Salem, una pequeña aldea en lo que hoy es Massachusetts, inspiró al dramaturgo norteamericano Arthur Miller (1915-2005) para escribir en 1952, The Crucible (el crisol), pieza que en español se conoce como Las brujas de Salem, que se estrenaría un año más tarde y ganaría un Premio Tony.
Acusaciones de brujería, de pactos con el diablo, rencillas familiares, en una atmósfera de alucinaciones e histeria colectiva, provocaron una serie de juicios –según distintas fuentes, se calcula que en total fueron entre 150 y 200–, que culminaron con el ahorcamiento de 14 mujeres, 5 hombres y dos perros. Un puritanismo que hoy llamaríamos fundamentalista, enturbiaba las acciones. Muchos aseguran que Miller escribió esta obra como una alegoría de la represión desatada por Joseph McCarthy, senador republicano por el estado de Wisconsin, en los años cincuenta, conocida por “cacería de brujas”. El propio Miller fue acusado y como su personaje Juan Proctor se negó a delatar a nadie, aclarando que él no era comunista ni simpatizaba con esa ideología, y pagó las consecuencias, aunque más tarde se anuló la sentencia.
Las brujas de Salem se ha representado innumerables veces y se ha llevado al cine, a la televisión y hasta a géneros tan particulares como el lírico (ganó un Pulitzer) o el ballet, siempre cosechando rotundos éxitos. En Miami también se ha montado varias veces. De los 80 se recuerda la Tituba que hizo la gran actriz Juanita Baró y hace un par de años el Grupo Prometeo presentó un interesante montaje donde la excelente actriz Vivian Ruiz hacía la Tituba. Hoy como ayer la obra mantiene su aterradora vigencia. En la actualidad, la “corrección política” norma la manera de actuar, de hablar y de nombrar las cosas, al extremo de que se ha llegado a intentar “vestir” estatuas para cubrir sus “partes pudendas” y a las terminales de los órganos excretores del cuerpo humano se les llama “partes privadas”, como si la totalidad de cualquier individuo no fuera, de la cabeza a los pies, sagradamente privada.


La puesta en Teatro 8, en una adaptación de Carolina Laursen y bajo la dirección de la propia Carolina en colaboración con Victoria Murtagh y David Chocarro, mueve a catorce actores dentro de una escenografía funcional y evocadora, además de hermosa, que refleja con acierto y eficacia la época de la acción, lo que permite con pequeños cambios mostrar los distintos escenarios donde se desarrolla el drama. A pesar de lo tétrico y escalofriante del tema, resulta un montaje fresco, dinámico, con un grupo de actores, la mayoría estudiantes, cada uno de ellos inmerso en su papel. Muy oscura resulta la escena que antecede al aquelarre donde los actores se iluminan el rostro con linternas que simulan velas. Ni siquiera es posible apreciar el cambio de vestuario, tan importante, por ejemplo en el caso de Juan Proctor, que ha sido torturado y entra abatido y descalzo.
Karen Barba nos regala una Tituba, fuerte, enérgica, aunque por momentos, temerosa, como indica el propio autor. No debemos olvidar que Tituba era una negra esclava, que trajo Parris (Mario Rodríguez) de Barbados cuando era comerciante, antes de ingresar en la iglesia. Serena la actuación de Deborah Bailaque como la señora Parris y magnífica la de Lisa Skiadas como Isabel Proctor. Mariano Isman cumple bien su papel. Mención especial para las actuaciones de Mario Lembergier y del excelente actor Pablo Cunquiero, en su doble papel. Muy convincente Salomón Barros como el Reverendo Hale, al igual que Gustavo Dorigo como Juan Proctor. Carolina Loyola realiza una estupenda labor como Abigail, uno de los personajes detonantes. Jeanet Panelo, Socorro Castro, en su doble papel, Aura Vásquez, Sandra Dueñas, muy orgánicas, sobre todo en la escena del juicio cuando se desatan las visiones, la histeria general y el miedo se apodera de casi todos. Al igual que en la danza final, en la escena del aquelarre, voluptuosamente simpática, ayudada por una música muy bien escogida y precisa para el tono que se le quiere dar al final de la obra. Nada más y nada menos que Era Ameno, para culminar con Satisfaction de los Rolling Stones. La verdad es que obra se va volando, se disfruta, y así quedan los espectadores: satisfechos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario